La pintura de Pedro Carrasco Garijo: la dualidad, lo apolíneo y dionisiaco en sintonía
- Andrea García Casal
- 8 nov 2024
- 5 Min. de lectura
‘’Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco [...] Apolo y Dioniso, como doble fuente de su arte [el de la civilización de la Antigua Grecia]. En la esfera del arte estos nombres representan antítesis estilísticas […] que sólo una vez aparecen fundidas, en el instante del florecimiento de la «voluntad» helénica, formando la obra de arte de la tragedia ática’’.
El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música. Friedrich Nietzsche 1872.
Sin lugar a duda, cuando el filósofo Friedrich Nietzsche abordó los conceptos apolíneo y dionisiaco en su obra El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1872), no podía estar más acertado en lo concerniente a la necesidad de establecer un nexo entre posturas que parecen irreconciliables. La dualidad es una perspectiva filosófica que, si bien se ha superado, todavía se considera convencional. Popularmente, conceptos como naturaleza y cultura, vida y muerte, el bien y el mal, el cuerpo y la mente, establecen dualidades, se enfrentan entre sí. El pensador Nietzsche, pionero de la filosofía contemporánea, analizó la dualidad entre apolíneo y dionisiaco, es decir, entre lo que se corresponde con Apolo y con Dioniso; dos divinidades centrales, artísticas y aparentemente antagónicas en la cultura de la Antigua Grecia. Así, solo de manera superficial Apolo y Dioniso representan un antagonismo en el mundo del arte, pues siguiendo a Nietzsche, en la tragedia griega sus rasgos consiguen unificarse, alcanzando la perfección a través de este género teatral.

La bipolaridad de Van Gogh. 2022. Acrílico y pintura industrial sobre lienzo. 100 cm x 100 cm.
Nuestro protagonista Pedro Carrasco Garijo (Madrid, 1964) manifiesta la importancia de la dualidad como perspectiva vital que ha de visibilizarse en el arte, del mismo modo que Nietzsche arrojó luz sobre la posibilidad de que la praxis artística helena se basara en el juego de dos conceptos fundamentales: apolíneo y dionisiaco. Dichas nociones recogen en su interior toda una serie de relaciones, verbigracia, la vida y la poesía se vinculan a lo apolíneo, pero la muerte y la danza a lo dionisiaco. Carrasco, no solo artista especializado en pintura, sino también dramaturgo y novelista, sabe bien el valor del teatro, y el particular a ese teatro trágico que apasionó a Nietzsche, hallando las claves de su éxito y trascendencia posterior.
La tragedia helena significa la obra de total, porque además de la temática que aborda, capaz de plasmar la vida misma sin adornos, aúna interpretación, poesía, música, canto y baile como medios de expresión. Sin embargo, nuestro protagonista es capaz de integrar todos los valores de las artes escénicas por su experiencia dramatúrgica, destilándolos en sus obras pictóricas, sin recurrir a nada más que el dibujo y el color. No importa si trabaja la figuración o la abstracción; sus piezas, cargadas de dinamismo, consiguen que los pigmentos se acompasen, y que la materia, más densa en unas zonas que en otras, recree escenarios susceptibles de animación que nuestra imaginación tiene misión de recomponer en la mente.
Sin embargo, más interesante es aquí la cuestión anteriormente citada de que Carrasco trabaja la dualidad en su arte. Para nuestro protagonista, la dualidad se manifiesta de diversos modos. Cuando quiere hacer patente la dualidad en la realidad, puede exhibirla explícitamente. No resulta baladí citar sus naturalezas muertas, por ejemplo, los floreros inspirados en la obra del pintor postimpresionista Vincent Van Gogh, enseñando la doble cara del tema representado: las flores plasmadas de manera figurativa y la correspondiente abstracción de tales formas. Por tanto, se contrapone el dualismo figuración y abstracción en una misma composición. Asimismo, es posible realizar una analogía entre el florero en su plenitud y su posterior estado de decrepitud dado el paso del tiempo, o en relación con la parte de la pieza que tiene una cromática vivaz —figurativo, vivo, apolíneo— y cómo se contrapone a la coloreada neutramente, en blanco y negro —abstracto, muerto, dionisiaco—.

Bipolar V. 2022. Acrílico y pintura industrial sobre lienzo. 100 cm x 100 cm.
A colación de estas dualidades, Carrasco también gusta de explorar el mundo de la enfermedad y el trastorno mental; en particular, le atrae investigar el trastorno bipolar y su problemática de deformación de la realidad —en algunos casos y momentos particulares—. En definitiva, significa la disolución del concepto normativo de realidad, ya que no todo el mundo puede percibirla del mismo modo, por tanto, no hay una manera única de interpretarla, ni de ser-estar en esta.
De hecho, este asunto sirve para acercarnos a la postura de que si la realidad visible puede ser percibida de múltiples maneras, según el sujeto observante, no es necesario hacer una férrea distinción entre figuración y abstracción. Como bien se adelantó, estos conceptos también son dualidades y, por curioso que parezca, pueden fusionarse entre sí. Lo figurativo se asocia con lo racional, con el orden, con la representación, que es lo apolíneo. Mientras, lo abstracto está ligado a lo irracional, caótico; tiene que ver con la negación de representar la realidad visible para mostrar algo diferente, basado en el mundo de las ideas, en la explotación de los recursos formales, etc. Se trata de lo dionisiaco.

Barro primigenio. 2022. Acrílico y pintura industrial sobre lienzo. 100 cm x 100 cm.
Así, Carrasco simboliza la dualidad también implícitamente en sus obras de arte, integrada, sin que se perciba la diferencia. Al igual que ocurre en la tragedia griega, lo apolíneo y lo dionisiaco se juntan armónicamente, llegando al ‘’florecimiento de la «voluntad»’’. Así, muchas composiciones de nuestro autor mezclan rasgos figurativos y abstractos consiguiendo una cadencia basada precisamente en la unificación de un conjunto de motivos que parecen dispares a priori. Así, estas piezas están protagonizadas por enormes, empastados y densos campos de color se combinan con signos abstractos, ligeros, rápidos, que se abocetan para dar primacía a otro tipo de figuras en otros casos. Por ejemplo, la presencia de las manos directamente estampadas en el lienzo es llamativa. Primero, porque se trata de utilizar un recurso no solo del máximo purismo en la técnica gestual —involucrando el cuerpo del artista y la plasmación de la huella de su fisicidad y movimiento, al igual que sucede en el famoso teatro trágico alabado por Nietszche—, sino también debido a que remonta a la tradición arcaica de las pinturas rupestres paleolíticas. En definitiva, esta causa da lugar a una lectura alternativa en la que rememorar la tradición pictórica de tiempos remotos significa fusionar una nueva dualidad, la del arte antiguo —antiquísimo, primordial— con el absolutamente contemporáneo. De nuevo, visiones de lo apolíneo y dionisiaco convergiendo.
Imágenes cortesía del artista.
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