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Comentario: 19th century kid (Florence Nightingale). Yinka Shonibare. 2000

  • Foto del escritor: Andrea García Casal
    Andrea García Casal
  • 24 oct 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 30 oct 2024


19th century kid (Florence Nightingale). 2000. Instalación con textil (vestido de tela de algodón con estampado impreso, maniquí y mesa de madera). 93 cm (altura de la obra)/43 cm (anchura del vestido).

Imagen perteneciente a: Centro de Arte Dos de Mayo.


El artista Yinka Shonibare utiliza textiles con asiduidad en su trayectoria. Por su llamatividad, destacan las instalaciones basadas en maniquíes que van ataviados con opulentas y coloridas vestimentas.


Nuestro protagonista ha creado aquí una instalación relativamente pequeña, titulada 19th century kid. Remite, en primera instancia, a un vestido para niña, en el contexto de la centuria decimonónica. Sin embargo, entre paréntesis aparece el nombre de Florence Nightingale, lo cual es interesante, ya que esta mujer es importante para la historia británica —también para la historia de la ciencia, en clave feminista— por ser pionera en la enfermería. Desarrolló su actividad a lo largo del siglo XIX, por tanto, Shonibare alude, más que a un simple maniquí, a una hipotética Nightingale durante su infancia. Sin embargo, lo hace desde una perspectiva crítica, ya que el estampado de su vestido, lejos de parecerse a la moda victoriana, está compuesto por grandes motivos geométricos y florales con abundantes colores. Asimismo, el vibrante amarillo resulta ciertamente chocante para la ropa de aquel periodo.


A través de un personaje como Florence Nightingale, tan vinculado a Gran Bretaña, Shonibare —de origen británico— realiza una resignificación de la historia nacional en particular, y de la occidental en general. La tela para el vestido de 19th century kid (Florence Nightingale) ha sido comprada en la ciudad del artista, Londres, donde se vende profusamente, y se trata de tela de cera. Su producción se asocia desde antaño a los Países Bajos, quienes, durante la ocupación de Indonesia, importaron tanto la técnica como los diseños del batik indonesio —actual patrimonio intangible de la humanidad, basado en este arte textil— a África, germinando de esta suerte las telas de cera holandesas. Cabe recordar que los Países Bajos tenían influencia, de manera más o menos relevante, en diversos puntos del continente, sobre todo en Ghana y Sudáfrica, por lo que el comercio de estas telas fue favorable. Además, los procesos mecánicos en las fábricas posibilitaron la creación de telas a gran escala.


En todo caso, hoy día y de forma popular se conoce a este tipo de técnica y estampado como tela de cera africana —es habitual usar igualmente el nombre inglés African wax print—, a pesar de que se trate realmente de tela de cera holandesa, proveniente a su vez de los métodos indonesios mencionados antes. Nace así una controversia, ya que la indumentaria tradicional africana, con sus particularidades teniendo en cuenta los distintos países y pueblos étnicos, está en parte contaminada por la occidentalización. Aquí, los Países Bajos son responsables de llevar un tipo de moda totalmente extraño a nivel cultural al continente africano, a pesar de su éxito en buena parte de la población nativa.


Por tanto, nuestro autor subraya la cuestión de que los países con tendencias colonizadoras-invasoras son capaces de modificar sustancialmente diversos aspectos de las culturas que, de un modo u otro, han tomado, intervenido y/o influenciado. No se trata de un proceso de transformación natural, sino de una imposición que altera la identidad cultural original. Con todo, Shonibare refleja la mutabilidad de dicha identidad cultural y los procesos que se gestan para cambiarla con el tiempo. El empleo de telas de cera africana es representativo de este artista. Además, es posible hacer una lectura alternativa, siendo la indumentaria también un arte que visibilizar y dignificar.


El talante crítico de Shonibare permite que podamos interpretar su obra instalativa como una Florence Nightingale de niña, viviendo en la época victoriana, pero vistiendo de una manera que le es ajena culturalmente. Se trata de arrojar una visión ucrónica de esta ilustre enfermera y sus ropajes, la cual nos muestra la realidad del postcolonialismo, incluso, cuando el poder foráneo todavía opera, grosso modo oculto, aún después de las pertinentes declaraciones de independencia. Asimismo, exhibe un mundo que se ha ido globalizando progresivamente, y del que es fruto.

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